Cuando llega el momento de desplegar su pasión, todos los amantes tienen sus propios ritos.
Algunos hacen, otros se dejan hacer.
Están los que hablan, y comparten sus fantasías y están los que no dicen una sola palabra y se limitan a escuchar.
Los hay activos, a quienes les gusta tomar la iniciativa, mientras el otro, pasivo, se entrega a sus antojos.
Algunos, generosos, se dedican a dar placer primero, porque se regocijan viendo cómo el cuerpo del otro se entrega, disfrutando con avidez ese ritual de voluptuosidad que lo lleva hasta las puertas mismas del éxtasis, y lo obliga a trasponerlas.
Ese ritual, ese acuerdo no pactado con palabras sino con el entendimiento explícito de los cuerpos en libertad, es la llave que abre esa puerta detrás de la cual espera el placer y el regocijo de los sentidos.
Cuando dejas en libertad a tus sentidos en esa ceremonia, te has habituado a recibir antes de dar. A entregarte antes de prodigar. A ofrendarte antes de tomar.
Y en la práctica de esa liturgia, probaste una vez ser egoísta.
Y te gustó.
Hoy, para tu sorpresa, todo sucedió al revés.
No te lo esperabas, lo sé.
Gracias, de todos modos, por permitirme satisfacer mi deseo desplegando, por una vez, mi egoísmo.
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