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Libre albedrío cibernético: facultad + voluntad de crearcopiarpublicar subjetivamente cultura, símbolos, signos, ceros y unos en un espacio cibernético limitado: blogger.


25 de noviembre de 2010

La insurrección que viene

La insurrección que viene, publicada en francia en el 2007, y firmada por el Comité Invisible, es una lectura imperdible. Cualquier persona que apunte a una nueva forma de vida y organización debe leer esta tan verdadera obra.
Acá trancribo unos cuantos datos, frases y demases cosas interesantes con respeto al tema.

Bajo cualquier ángulo desde el que se observe, el presente no tiene salida.


Lo inédito no reside en una "revuelta de los suburbios" que ya no era novedoso en 1980, sino en la ruptura con las formas establecidas.


¿Y de quién son los niños de esta época, de la tele o de sus padres?


Francia es un producto de su escuela, y no a la inversa. Vivimos en un país excesivamente escolar, donde se recuerda el paso por el bachillerato como un momento señalado de la vida. Donde los jubilados te cuentan todavía su fracaso, cuarenta años atrás, en tal o cual examen, y cuánto pesó esto en toda su carrera, en toda su vida. La escuela de la República ha formado desde hace un siglo y medio un tipo de subjetividades estatalizadas, reconocibles entre las demás. Gentes que aceptan la selección y la competición a condición de que las oportunidades sean las mismas. Que esperan que la vida de cada cual sea recompensada por ella misma como en un concurso, según su mérito. Que siempre piden permiso antes de agarrar algo. Que respetan silenciosamente la cultura, los reglamento y a los primeros de la clase. Incluso su apego a sus grandes intelectuales críticos y su rechazo al capitalismo están impregnados de este amor a la escuela. Es esta construcción estatal de subjetividades la que se desmorona un poco más cada día con la decadencia de la institución escolar. La reaparición, desde hace veinte años, de la escuela y de la cultura de la calle en competencia con la escuela de la República y su cultura de cartón es el traumatismo más profundo que sufre actualmente el unversalismo. Sobre este punto, la extrema derecha se reconcilia por adelantado con la más virulenta izquierda.
En cuanto a nosotros, cuando vemos a profesores salidos de no se sabe qué "comité de vigilancia ciudadana" lloriquear al informativo porque se ha quemado "su" escuela, recordamos cuántas veces lo habíamos soñado de niños.


Llamar "sociedad" a la muchedumbre de extranjeros en medio de la cual vivimos es una usurpación tan grande que incluso los sociólogos sueñan con renunciar a un concepto que fue, durante un siglo, su sustento. Ahora prefieren la metáfora de "red" para describir la manera en que se conectan las soledades cibernéticas.


Cada uno puede testimonear las dosis de tristeza que condensan cada año las fiestas familiares, sus trabajosas sonrisas, los apuros de ver disimular en vano a todo el mundo, ese sentimiento de que hay un cadáver ahí, sobre la mesa, y que todo el mundo hace como si no pasara nada.
La familia es este abandono infantil a una cómoda dependencia, en la que todo es conocido, este momento de indiferencia frente a un mundo en el que nadie puede negar que se derrumba, un mundo en el que "volverse autónomo" es un eufemismo que significa "haber encontrado un patrón".


La pareja es el oasis en medio del desierto humano. Se viene a buscar en ella bajo los auspicios de lo "íntimo" todo lo que ha desertado tan evidentemente de las relaciones sociales contemporáneas: el calor, la sencillez, la verdad, una vida sin teatro ni espectador. Pero pasado el atolondramiento amoroso, la "intimidad" termina en su deserción: ella misma es un invento social.


La descomposición de todas las formas sociales es una oportunidad. Es para nosotros la condición ideal para una experimentación masiva, salvaje, de nuevos arreglos, de novedosas fidelidades.


"Volverse autónomo", podría querer decir: aprender a pegarse en la calle, a ocupar casas vacías, a no trabajar, a amarse locamente y a robar en los almacenes.


Pertenecemos a una generación que nunca pensó en la jubilación ni en el derecho laboral, todavía menos en el derecho al trabajo. Que no es tampoco "precaria" como se complacen en teorizarla las facciones más avanzadas de la militancia izquierdista, porque ser precario es definirse todavía en relación a la esfera del trabajo, para ser más preciso en su descomposición. Admitimos la necesidad de ganar dinero, sean cuales sean los medios para ello, porque en el presente es imposible prescindir de él, pero no de la necesidad de trabajar. Por cierto, nosotros no trabajamos: nosotros laboramos o curramos. La empresa no es un lugar en el  que nosotros existimos, es un lugar que atravesamos. No somo cínicos, somos sólo reticentes a dejar que abusen de nosotros. Los discursos sobre la motivación, la calidad, la inversión personal resbalan sobre nosotros para mayor angustia de los gestores humanos.


No es la economía la que está en criris, la economía es la crisis; no es el trabajo lo que falta, es el trabajo lo que está de más; pensándolo bien, no es la crisis sino el crecimiento lo que nos deprime.


"- ¿Qué son mil economistas del FMI yaciendo en el fondo del mar?
  - Un buen principio."



Un chiste Ruso:
Dos economistas se encuentran. Uno le pregunta al otro: "¿Entiendes lo que pasa?" y el otro le responde: "Espera, te lo voy a explicar." "No, no, retoma el primero, explicarlo no es difícil, también soy economista. No, lo que te pregunto es: ¿si lo entiendes?"


La taza de mercurio en la leche materna es diez veces superior a la autorizada en la de la vaca.


Hay que confesarlo: toda esta "catástrofe", con la que nos mantienen tan ruidosamente, no nos afecta. Al menos no antes de que nos golpee una de sus previsibles consecuencias. Puede que nos concierna, pero no nos afecta. Y es ahí donde esta la catástrofe.


Occidente es una civilización que ha sobrevivido a todas sus profecías sobre su derrumbamiento mediante una singular estrategia. Igual que la burguesía, tuvo que negarse a sí misma -en tanto que clase- para permitir el aburguesamiento de la sociedad, desde el obrero hasta el barón. Igual que el capital que tuvo que sacrificarse -en tanto relación salarial- para imponerse como relación social, convirtiéndose así en capital cultural y capital salud al tiempo que capital financiero. Igual que el cristianismo que tuvo que sacrificarse como religión para sobrevivir como estructura afectiva, en tanto requerimiento difuso en la humanidad, la compasión y la impotencia. Occidente se ha sacrificado como civilización particular para imponerse como cultura universal. La operación se resume así: una entidad agonizante se sacrifica como contenido para sobrevivir como forma.


La policía y la filosofía son dos medios convergentes aunque formalmente distintos.


Aquí esta. Tenemos un cadáver sobre la espalda, pero así no nos desharemos de él. Nada hay que esperar del fin de la civilización, de su muerte clínica. Tal cual, no puede interesar más que a los historiadores. Es un hecho, hay que hacerlo una decisión. Los hechos son maleables, la decisión es política. Decidir la muerte de la civilización, decidir cómo va a suceder: sólo la decisión nos librará del cadáver.


Es preciso organizarse en consecuencia.


No hay que comprometerse con tal o cual colectivo ciudadano, en éste o aquel callejón sin salida de la extrema izquierda, en la última impostura asociativa. Todas las organizaciones que pretenden contestar el orden actual tienen, en más títere, la forma, las costumbres y el lenguaje de un Estado en miniatura. Todas las veleidades de "hacer política de otra manera" nunca contribuyeron, hasta hoy, más que a la extensión de los seudópodos estatales.


No hay que reaccionar a las noticias diarias, sino comprender cada información como una operación que descifrar en un campo hostil de estrategias, operación dirigida a suscitar en tal o cual tipo de reacción; y tomar esta operación como la real información contenida en la información aparente.


No hay que esperar más -un claro, la revolución, el Apocalipsis nuclear o un movimiento social. Esperar aún es una locura. La catástrofe no es lo que viene sino lo que ya está. De ahora en adelante nos situamos en el movimiento de desplome de una civilización. Tenemos que tomar partido.
No esperar más, es de una u otra manera, entrar en la lógica insurreccional.


Aferrarse a lo que experimentamos como real. Partir de ahí.






Continuará.... obviamente. Se me cansaron los ojos de transcribir..

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